La distribución del pan en Caracas se hacía de manera muy pintoresca: los muchachos que lo repartían iban en burros, llevando barriles pintados con colores y con grandes letras, y que colgaban del lomo del animal. Los dos barriles que llevaban los burros estaban pintados con los colores nacionales de sus dueños, sirviéndoles de marca de fábrica a las panaderías locales, varias de las cuales eran dirigidas por extranjeros.
La cronista Graciela Schael Martínez mencionó lo siguiente:
“El panadero, cuya estampa -jinete en bien o mal nutrido asno o mula- a veces peatón, abrumado por el peso de repleta cesta, se hizo familiar en la Caracas de antaño, tuvo a su cargo abastecer no sólo a las casas de familias del vecindario, sino también las entonces llamadas bodegas o pulperías, las pensiones y hoteles. Dos veces al día, casi al amanecer, y por las tardes, hacía su aparición, recorriendo la ciudad de calles empedradas y polvorientas. Anunciaba su presencia dando la voz de ‘panadero, pan’, (...) Salía a atenderlo la sirvienta o criada con una pequeña cesta o paño blanco, donde recibía la ‘cuenta’ o la ‘media cuenta’, de pan criollo o isleño, que compraba la familia. Era sociable el panadero. Decidor de piropos a la criada, atento e interesado por su salud, si era la doña de la casa quien lo atendía. Galante y halagador, si se trataba de alguna de las muchachas (...)
A esas horas [las tardes] recogía también en las pulperías y otros sitios, el pan ‘frío’, el que no se había vendido. Después en las panaderías, éste, cortado en rodajas, y tostado en el horno, se convertía en lo que llamaban ‘pedazos’ o ‘tostones’ que venderían luego a precios ínfimos (...) Para las gentes excesivamente pobres esos ‘pedazos’ eran casi una bendición”.
Tomado de: Lovera, José Rafael. Historia de alimentación en Venezuela (Caracas, Monte Avila Editores, 1988)
Me parece maravilloso poder haber vivido en esa época y esperar un pan fresco y calientico en la puerta de mi casa!!!
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